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White·Devil: No entiendo a mis contemporáneos. No entiendo a mis semejantes...

10.8.10

Introducción a un final.



Daan vagó sin rumbo por las aceras empapadas de blanco que habían dejado las nubes. La nieve. Sin duda, las nubes le habían llorado. Al menos alguien que era totalmente ajeno a sus sentimientos había comprendido que merecía la máxima lástima existente.

Quién podrá decir cuánto tiempo estuvo caminando... Dirían sus ojeras que los días habían pasado y él seguía andando. Pensando en Mara. Con unas fuerzas inexistentes para hablarle, la ignoró completamente. Ella le había abandonado a su suerte y él no podía alzar la vista ante sus ojos. Sería como admitir la derrota. Sería admitir que él es el único culpable de que Mara ahora fuese feliz con algún tercero.

Decidido de que el tiempo no avanzaba decidió volver entre silencio y sollozos sordos al oscuro rincón del mundo donde solía vivir y guardar esperanzas de volver con ella. El lugar donde ahora todo se le antojaba más pequeño y las paredes se estrechaban a su alrededor. Pero sin fuerzas para estirar los brazos y aguantarlas al caer, se acurrucaría en un rincón y dejaría a la pena hacer su trabajo.

Lluc estaba ahí, en la puerta, con su gran sonrisa y sus alegres ojos mirándole moverse. Pero la alegría de la anciana voló alto cuando vio que no iba acompañado.

-¿Y la chica?
-¿Qué chica?
-Mara
-Estará a estas alturas ya en Madrid, con su nuevo amante, Lluc, deje de interesarse por mis asuntos, no quiero parecerle borde pero no es un buen día. Me ha hecho daño a consciencia.
-Inconsciente...
-¿Perdona?
-Eres un iluso, Daan, un completo inconsciente. No has sabido valorar lo que has tenido y ahora la culpas a ella.
-Ella vino en busca de su hombre, yo no quiero interponerme en su camino.
-Su hombre eres tú, llevaba días buscándote. Vino a preguntarme por ti. Pobre de ti, siquiera darle una nota, un número, una calle. Ella caminó sin rumbo en un lugar desconocido solo por ti, y tú la has dejado marchar. Disculpa mi atrevimiento, joven, pero no la mereces.

Entonces Daan mandó a sus piernas la orden de correr. De atravesar corriendo el continente y los mares a nado. De reunirse con Mara. Era fácil, un pie, después el otro. Lluc vio en sus ojos la esperanza que cabía esperar tras esa conversación. Un brillo de alarma y sorpresa que sobrepasaba las barreras que ocultaban su corazón y hacía volar sus sentimientos hacia el ambiente en forma de lágrimas de alegría.

Llegó al aeropuerto. Quería coger el próximo avión a Madrid. Mara le esperaba. Mara, por fin, todo había acabado. Las pantallas de los vuelos próximos se movían ajenas a lo que dentro de Daan ocurría. Entonces lo vió, con su billete en la mano vio la hora aproximada de llegada del vuelo que había cogido Mara a Madrid. Estaba tan cerca de su destino que Daan deseó que el tiempo se detuviera y él pudiera llegar antes y abrazarla al salir del avión.

Y su deseo se hizo realidad. El vuelo iba con retraso. Un retraso que a Daan le iría perfecto. Un retraso que hubiese deseado no desear. Automáticamente las pantallas se apagaron y se escuchó retumbar en todo el aeropuerto la voz mecánica salida de un megáfono anunciar que se había perdido la conexión con el vuelo con destino a Madrid. Se había estrellado entre las aguas del gran azul.

KFU

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